Por: Becario AED.
El presidente más rescatador y con más fuerza moral que cualquier desastre, Andrés Manuel López Obrador, ni adiós dijo desde temprano en Palacio Nacional y prefirió perderse su siesta de ocho horas para lanzarse a Acapulco, Guerrero, a echarles una manita a los damnificados por el huracán «Otis».
Lamentablemente, debido a las condiciones de las carreteras, tuvo que detenerse y seguirle un tramo a pie acompañado de achichincles y metiches, a quienes nunca se les ocurrió usar otro medio para llegar. Parece que no les sirvió de mucho ese 90% de honestidad de su currículo.
Ya en su morning show había adelantado que no sabía nanais de la situación y creemos que por eso se lanzó, raudo y veloz, como el héroe macuspano que es. Pero a medio camino le dijeron que mejor se echara un coyotito o se comiera unas garnachas porque ni cómo pasar hasta que trajeran la maquinaria pesada para abrirle camino. A lo que seguramente AMLO preguntó: «¡Ah, caray!, ¿y a qué va a venir Citlalli?».
Estamos seguros de que, ante esta situación adversa, nuestro Rambo tabasqueño alzó la mirada, esperó a que la cámara de Epigmenio lo enfocara mirando al cielo y enseguida pudo recitar: «Caminante, no hay camino, se haje camino al andar», para luego luego ir a pie sobre el lodazal, como Yisus sobre las aguas, y como en sus sueños más húmedos.
Lo bueno: nuestro presi ya, por fin, llegó a Acapulco para la foto, servir el atole y repartir los tamales.
Lo malo: Calderón, cubita en mano, ya le mandó decir que se gastó el FONDEN en sus caprichos y en la no campaña de la no candidata.
Lo feo: algunos brodis del pueblo bueno aprovecharon para saquear negocios, así, para el siguiente huracán, ya tienen cosas para perderlas y que no les llegue el huracán de oquis.
Otra tragedia como anillo al dedo para la 4T.






