La relación de los humanos con los perros se remonta a miles de años, cuando el primer “solovino” se acercó a una tribu cavernícola en busca de alimento sin saber que esa primera rascadita de panza que recibió, abriría la puerta para que, años más tarde, aquel lobo feroz, libre e imponente, se transformara en un perrito pekinés con moñito y trepado en una carriola, algo bastante parecido a tu amigo malandro que se enamoró y ahora deja que su novia le ponga mascarillas.
Lo cierto es que, si bien, existen muchos “perrhijos” que se han acostumbrado a ser esclavos emocionales de sus dueños y ahora existen para llenar los vacíos y cubrir las carencias de estos, la mayoría de los perros no necesitan más que a un dueño a quien serle fiel incondicionalmente a cambio de comida, afecto y un peluche todo tieso al que se pueda estar cogiendo.
Se ha viralizado el caso de un indigente y su perro, ambos de raza callejera, que vagaban por las calles de la Ciudad de México. El hombre en situación de calle responde al nombre de Jacinto Carreño, un exmaestro de la UNAM, que, después de algunas malas decisiones, como haber estudiado una carrera de humanidades y alcoholizarse mientras daba clases en la Máxima Casa de Estudios, terminó sin trabajo, sin techo, sin familia, y con nada más que la compañía de su perro, el único que jamás lo juzgó y soportaba su olor sin hacer gestos.
Pese a que Jacinto se las arreglaba para que a su mascota no le faltara nada, y jamás le hizo algún tipo de daño, salvo esa vez que se le cruzaron los cables y le dio Tonayán mientras él se comía sus croquetas, o cuando, como correctivo cuando se portaba mal, lo golpeaba con un periódico (o, como él lo llama, cobija), a un grupo de animalistas les pareció indignante que un perro no tuviera un hogar digno y un dueño que, con sus palabras, «no se parezca a Gerardo Fernández Noroña, güeeey, que oso».
Convencidos de su papel de justicieros, los activistas se armaron con cubrebocas y un Raid Casa y Jardín por si las cosas se ponían feas, y encararon al desafortunado señor. Aunque al principio les tiró mordidas y les ladró enérgicamente, el señor se vio superado por los jóvenes a quienes ahora llama “mostruos” y les cedió a su perro, a su amigo íntimo que solo miraba asustado.
El perrito fue bañado, desparasitado, vacunado, castrado y adoptado por una pareja de homosexuales que lo bautizó como “Puki”. Ahora tiene su propia cuenta de Instagram, le ponen disfraces chistosos para grabar TikToks y seguramente extraña que el mundo sea su casa, a su fiel compañero, el olor a Tonayán y no tener que ir al psicólogo canino dos veces por semana.