En una conferencia improvisada entre gritos, pancartas y pancitas cheleras, representantes de diversos sindicatos y organizaciones obreras del país anunciaron que, tras varios intentos frustrados de pagar con «salario emocional», ningún establecimiento, ni siquiera la tiendita de la esquina, les quiso aceptar el concepto como forma válida de transacción.
«Intenté pagar con una sonrisa de mi jefe y una palmadita en la espalda, pero el cajero del OXXO me dijo que eso no cubría ni un chicle. De hecho, me regaló dos chicles para que me largara», denunció Ernesto López, obrero metalúrgico y padre de cinco hijos que ahora comen puro afecto empresarial. «Al menos antes te daban un bolillo duro en Navidad, ahora nomás nos dan motivación y unos stickers de WhatsApp que dicen “¡Tú puedes, campeón!”».
El concepto, promovido por ciertos departamentos de recursos humanos que vieron demasiados TED Talks, consiste en compensar la falta de aumento salarial con frases como «tienes un gran futuro» o «eres el alma de esta empresa», usualmente acompañadas de una taza corporativa, una selfie con el gerente y café frío en el área común.
«Yo ya tengo doce reconocimientos de ‘Empleado del Mes’ y no me alcanza ni para una Maruchan. Me los ofrecieron como garantía para pedir un préstamo, pero Banamex se cagó de risa», compartió Mariana Huerta, cajera de supermercado con tres turnos y una úlcera emocional que no cubre el IMSS.
Como parte de su protesta, los trabajadores intentaron hacer compras simbólicas en distintos lugares utilizando su ‘salario emocional’. En una carnicería de Iztapalapa, un grupo de obreros ofreció tres abrazos, cuatro lágrimas sinceras y una carta de agradecimiento escrita por su jefe, a cambio de medio kilo de carne molida. El carnicero los miró con lástima y luego les dio una bolsita con hueso blanco para el perro.
Ante la presión mediática, varias empresas han defendido su política afirmando que el verdadero pago está en «la experiencia» y «la posibilidad de crecimiento», aunque los trabajadores siguen esperando que esa experiencia pague la luz, el gas y las croquetas del perro. «Lo que no entienden es que la experiencia no se come», respondió Gerardo Rosales, sindicalista con 20 años de experiencia, quien vive actualmente con sus suegros porque su mujer lo echó de la casa.