La pasión no es algo que simplemente aparece, se cultiva, como el mole, con paciencia y los ingredientes correctos. Pero si en ese momento crucial con la morrita que te gusta y que ya te dio el sí, luego de muchos no, tu outfit grita «domingo de flojera» en vez de «esta noche cena Pancho», la chispa puede apagarse más rápido que un cerillo a la intemperie.
Por eso, nuestro experimentado equipo de modistas, expertos en prendas mata pasiones y uno que otro científico de la moda, se dieron a la tarea de elucubrar en los misterios de cuáles son esas prendas prohibidas que funcionan como un extinguidor para el deseo, con el propósito de que nunca más extermines la pasión en el peor momento. Abusado.
- Los boxers más viejos que tus chistes de tío. No hay excusa, compa. Si tus calzones tienen más hoyos que una red de pesca, estás firmando un contrato de abstinencia involuntaria. Esos boxers que te regaló tu mamá en la secundaria ya vivieron suficiente; déjalos descansar en paz. Míralo por el lado amable y no seas un fodongo, invertir en ropa interior decente puede costarte menos que una cena romántica y rendirá mucho más frutos. Además, ¿no sería mejor que sus manos descubran el camino sin toparse con un agujero traicionero?
- La camiseta del equipo que nunca gana. Nada mata más la pasión de una munier que la playera de un equipo perdedor. Si tu camiseta de Cruz Azul, los Pumas o cualquier otro equipo que lleva años sin alzar la copa es tu mejor «arma de conquista», déjame decirte que estás jugando en tiempo de compensación. Si además le dices que no te la puedes quitar porque «es de edición limitada», estás a un paso de dormir solo de por vida. Mejor opta por algo más casual y neutral. Y si decides lucir un jersey, que sea porque planeas anotar un gol, no porque llevas tres años sin lavarlo.
- Las calcetas con sandalias. Ah, el ícono del hombre que ya no produce testosterona y que está más cerca de perderlo todo que de ganar algo. ¿Quién te dijo que las calcetas con sandalias eran aceptables, especialmente cuando te visita tu munier para ver la manera de repoblar el mundo? Lo único que logras es que ella piense en su abuelo que vive en la playa, y no precisamente de una manera sensual. Si sientes que tus pies necesitan abrigo, usa calcetas. Si necesitas aire, usa sandalias. Pero no mezcles, carnal. No queremos que se confunda y piense que estás en un desfile de vatos fodongos.
- Pijamas dignas de una herencia familiar. Esa pijama que heredaste de tu papá o que lleva más navidades contigo que la estrella del arbolito no es, repito, no es, sexy. Si las únicas palabras que provoca son: «¿No tienes otra cosa?», estás haciendo todo mal. Recuerda que las pijamas anchas no solo matan la pasión; son un recordatorio de cómo sería el futuro si la relación avanza demasiado rápido. Nada dice «viejo aburrido» más rápido que un pantalón con elástico flojo y cuadros desteñidos.
- La bata de baño. Sí, la bata de baño tiene un propósito: secarte sin andar enseñando los destos nada más porque sí. Pero en el momento íntimo, lo único que seca es el ambiente y a tu munier. Especialmente si es esa bata con manchas sospechosas o corazoncitos rosas que parece haber vivido una guerra en la lavandería. Si vas a usar una bata, que sea algo con clase. Imagina algo estilo Hugh Hefner. Si vas a intentar parecer un playboy, hazlo bien, no como el portero del motel.
Bonus: Los zapatos en la cama. Esto ya no es solo un pecado contra la moda, sino un crimen contra la humanidad. Si te acuestas con zapatos puestos, probablemente eres el tipo de persona que también come tacos con cubiertos. Y si las calcetas tienen dibujos infantiles, mejor ya ni hablamos. Serás célibe por siempre.
Amigo, el amor entra por los ojos, aunque, si eres feo, quizás entró por los oídos. Aun así, ser feo no es pretexto para que rompas la pasión por elegir mal tus prendas de vestir, porque el deseo se puede ir corriendo si te descuidas. No necesitas un guardarropa de diseñador para encender la chispa, pero sí evitar prendas que parecen mensajes subliminales como «no me importa nada».
Así que, la próxima vez que ella esté a punto de entregarse al momento, asegúrate de que tus calzones no cuenten otra historia, tus sandalias no hagan llorar al Niño Dios y tu pijama no sea un testamento familiar. ¡Buena suerte, carnal!