Si creíste que ibas a tener tu momento de cinéfilo de cafetería artesanal y gorrito de lana y te aventaste Emilia Pérez, convencido de que estabas por presenciar la Amélie latina, pero saliste con ganas de demandar a la taquilla por daños morales, no te preocupes, no estás solo. Esta joya de la porquería cinematográfica, mitad telenovela de mediodía y mitad musical de feria de pueblo, viene con efectos secundarios que pueden afectar tu salud emocional y tu dignidad.
Por eso, nuestro equipo de cinéfilos mamadores y entusiastas de toda la saga de La risa en vacaciones se dieron a la tarea de investigar los síntomas que han manifestado las personas que lamentablemente desperdiciaron más de dos horas de sus vidas por ver esa mierda. Así que ponte cómodo que aquí te traemos los cinco síntomas más comunes, para que no te agarren desprevenido en tu próxima cita cinéfila o mejor te quedes en casa a ver Rocky por enésima vez.
- Náuseas: el precio de lo «innovador». Tu estómago sabe lo que tú no quieres admitir: acabas de ver algo que desafía las leyes de la biología y del sentido común. Las náuseas no vienen del combo jumbo de nachos con extra queso (aunque también, porque los compraste en promoción). No, lo que te revolvió el mastique fue ver por más de dos horas a un vato vestido de mujer intentando convencerte de que es un narcotraficante transgénero reformado, mientras canta como si lo hubieran obligado a tomar clases de solfeo en línea.
Ese malestar que sientes es tu cerebro diciendo: «Esto no debería estar pasando». La combinación de balaceras estilo Rápidos y Furiosos con números musicales dignos de una graduación de secundaria es demasiado para cualquiera. Pero, oye, esto es cine experimental, o como diría tu amigo hipster: «una crítica postmodernista al capitalismo patriarcal en la era digital». O sea, una cochinada, pero con palabras bonitas.
- Ganas de no volver al cine nunca más. No importa si amas el cine o si solo vas para meterle la mano a la morrita que te gusta en las escenas aburridas (que en este caso son todas), Emilia Pérez tiene el poder de arruinarte la experiencia para siempre. Al salir, te preguntas si deberías pedirle a Cinépolis que te devuelva lo que gastaste en la entrada, porque, francamente, ni en las funciones de matiné de Shrek 3 habías salido tan decepcionado.
Te invade una crisis existencial: si esto es lo que la industria llama “vanguardia”, tal vez sea mejor quedarte en casa viendo telenovelas clásicas como María la del Barrio. Por lo menos ahí sabías qué esperar: Thalía llorando, cachetadas bien dadas y cero coreografías innecesarias.
- Hablar mal el español. Si de repente te encuentras diciendo cosas como «Hasta me duele la vulva», ya valió madre. Después de escucharlo interpretar sus líneas con más desgano que maestro en junta de fin de semestre, tu capacidad de articular oraciones completas en español ha quedado gravemente afectada. Lo peor es que esto empezará a pasar en tu vida diaria. Y todo gracias a Jacques Audiard y su visión «artística» que combina a Shakespeare con el reguetón y el traductor de Google.
- Cantar y hacer coreografías de la nada. Uno de los efectos más devastadores: de repente te conviertes en un imán para las situaciones vergonzosas. Estás en el súper, escuchas el sonido de un carrito chirriante, y ahí estás tú, sacudiendo las caderas como si estuvieras en un flashmob de TikTok. Emilia Pérez te dejó marcado, y ahora cualquier sonido es excusa para bailar y cantar, aunque sea fuera de tono.
¿Y las coreografías? Ni se diga. Un día estás en el baño del trabajo, y al siguiente estás practicando un pasito digno de La La Land mientras el conserje te mira con preocupación. Todo esto sería normal si fueras un estudiante de teatro musical, pero no, eres un adulto funcional que simplemente quería «vivir algo diferente».
- Querer sacarte los ojos. El síntoma final y más dramático. Llegas a casa, te miras en el espejo y piensas: «¿Por qué, Dios mío, por qué?». Las imágenes de tanta gente bailando a lo estúpido y la historia sin sentido siguen rondando tu mente, como un mal chiste que no puedes olvidar. Intentas lavar tus ojos con agua bendita, pero ni eso borra la escena final en la que todos cantan.
Tal vez arrancarte los ojos suene extremo, pero es menos doloroso que revivir esas dos horas de tu vida. Y ni pienses en explicarle a tus amigos por qué viste Emilia Pérez, porque lo único que recibirás son memes y burlas hasta el próximo año.
Pero, ¿qué hacer si ya presentas estos síntomas? Primero, acepta que te pasó lo peor que le puede pasar a un cinéfilo: caíste en la trampa del «cine de arte» por andar de mamador y por pendejo. Segundo, evita cualquier conversación sobre la película para que no te humillen públicamente. Y tercero, si nada de esto funciona, ve toda la saga de Rocky para compensar tan devastadora experiencia. Aunque si algo está claro es que después de Emilia Pérez, nunca serás el mismo.