La ceremonia de inicio de la “nueva” Suprema Corte se vivió más como ritual prehispánico que como acto institucional. Entre copal, caracolas y menciones a Quetzalcóatl, Tonantzin y los puntos cardinales (aunque varios se confundieron y giraron como en coreografía de primaria), los ministros electos por «voto popular» (léase «acordeón») recibieron bastones de mando de comunidades indígenas. Hugo Aguilar Ortiz, abogado mixe y nuevo presidente de la Corte, fue la figura central del evento, prometiendo sanear la justicia y poner fin al nepotismo (menos de los compas). Representantes de pueblos originarios aplaudieron la llegada de otro “ministro del pueblo”, obviamente luego de pasar por su lonche y Frutsi de rigor.
Pero más allá del simbolismo, la ceremonia dejó momentos memorables: ministros hincados pidiendo perdón a Tonantzin por la contaminación y la purificación cósmica con manos al sol. Al final, entre tanto misticismo y creencias de gente pendeja, parecía que la Corte no solo se encomendaba a la Serpiente Emplumada, sino también a los astros y a los naguales. Ya nada más falta fue que alguien saque la ouija para consultar a Benito Juárez o que empiecen las sentencias con sacrificios humanos incluidos.
#México | En un país laico, la Suprema Corte inició un nuevo ciclo entre mirra, copal, humo y machetes, pidiendo a Quetzalcóatl guiar sus pasos.
— Gildo Garza (@GildoGarzaMx) September 1, 2025
La justicia que debería fundarse en la Constitución y la ley, se arrodilla entre rituales y símbolos.
Un Poder Judicial convertido en… pic.twitter.com/yjMLgtpZWt