Juan López, migrante deportado tras las políticas de deportación masiva del segundo mandato de Donald Trump, como presidente de Estados Unidos, decidió que era mejor hacerse pasar por guatemalteco que enfrentar otra semana en el Estado de México. Su declaración, dada en el andén de una terminal de autobuses en Chalco, fue tan inesperada como su nuevo acento: «Es un error. Yo no soy mexicano, soy guatemalteco. Si no me creen, chequen mi cartoncito que dice que soy de Quetzaltenango».
Juan formó parte de los cientos de miles de migrantes que, tras el endurecimiento de las políticas migratorias de Donald Trump, fueron deportados sin miramientos. «Me dolió que esos güeros me arrancaran de mis sueños en Nueva York vendiendo esquites con patas de pollo, pero jamás pensé que el Estado de México estuviera tan culero como la recuerdo», confesó ya más calmado y en camino a su natal Guatemala (según él).
Su travesía de regreso comenzó cuando fue detenido en una redada masiva en la calle donde se ubicaba su puesto de garnachas y antojitos mexiquenses. Deportado en tiempo récord, Juan aterrizó en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, donde empezó lo que él describió como su «segunda pesadilla migratoria», luego de ser víctima de los «¡Ya te la sabes, carnal!». Y es que la situación en su verdadero estado natal no fue el cálido recibimiento que esperaba. «En cuanto llegué, me subí a una combi. A los diez minutos, el conductor nos dijo: “Cooperen con el ladrón que viene subiendo y no les pasa nada”. Yo pensé que era un chiste, pero no, resulta que aquí los asaltos son tan comunes que tienen guion y todo».
Inspirado por los estragos de las políticas trumpistas, que han dejado a miles de deportados buscando cómo reinsertarse en un país que apenas reconocen, Juan decidió que su mejor opción era unirse a una caravana de migrantes guatemaltecos rumbo al norte. «Allá por lo menos te organizan una fiesta de despedida antes de cruzar la frontera. Aquí apenas y me dieron un regaño por no saber cómo esquivar baches».
Para respaldar su nueva nacionalidad, Juan comenzó a aprender expresiones típicas guatemaltecas y a seguir cuentas de memes de ese país. «Ya manejo el púchica y calidá, pero todavía me falta entender qué es un morrocollo. Supongo que será como los baches de aquí, pero con más cariño», explicó.
El caso de Juan no es único. Según organizaciones de derechos humanos, las políticas de deportación de Trump han causado que miles de migrantes enfrenten situaciones extremas, desde la falta de oportunidades laborales hasta la reinvención total de su identidad.
Mientras tanto, Juan continúa su travesía con un optimismo forzado. «Aquí el verdadero infierno no es Estados Unidos, ni siquiera el Edomex: es la vida misma. Pero bueno, al menos ya aprendí que si sobrevives una combi, sobrevives todo». Al cierre de esta nota, Juan se había unido a un grupo de migrantes centroamericanos, quienes lo recibieron con la promesa de no preguntar por su pasado, siempre y cuando comparta el tamal en la próxima parada. Esperamos que no se trate de un modismo centroamericano para que les suelte el chiquito, porque Juan no llevaba ningún tamal, más que el propio.